sábado, 20 de marzo de 2010

terapia intensiva


Día 25.-
DEDICATORIA
a Arsène Housaye
Mi querido amigo:
Le envío una obrita de la que se podría decir sin injusticia que no tiene pies ni cabeza, ya que, por el contrario, todo en ella es un tiempo pies y cabeza, de forma alternativa y recíproca. Le ruego que considere la admirable comodidad que esto supone para todos: para usted, para mí y para el lector. Podemos interrumpir cuando queramos, yo mi imaginación, usted el manuscrito y el lector su lectura, pues no someto la remisa voluntad de éste al hilo interminable de una intriga innecesaria. Quítele usted un vértebra a esta tortuosa fantasía y las dos partes podrán volver a unirse sin inconveniente alguno. Córtela en numerosos fragmentos y verá que cada uno de ellos puede subsistir por separado. Esperando que alguno de estos trozos tenga la viveza suficiente como para agradarle y entretenerle, me atrevo a dedicarle la serpiente entera.
He de hacerle una pequeña confesión. Hojeando, por vigésima vez al menos, al famoso Gaspard de la Nuit, de Aloysius Bertrand (¿no es lícito que llame famoso a un libro que conocemos usted, yo y algunos de nuestros amigos?), se me ocurrió la idea de intentar algo similar y de aplicar la descripción de la vida moderna o, mejor dicho, de una vida moderna y más abstracta, el procedimiento que él había aplicado a la pintura de la vida antigua, tan extraordinariamente pintoresca.
¿Quién de nosotros no ha soñado, en sus días más ambicioso, con el milagro de una prosa poética y musical, aunque sin ritmo ni rima, lo suficientemente flexible y contrastada como para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño, a los sobresaltos de la conciencia?
Este ideal obsesionante nace principalmente cuando se frecuentan ciudades enormes y se entrecruza uno con sus inumerables relaciones. ¿No ha intentado usted mismo, mi querido amigo, transcribir a una canción el pregón estridente del cristalero, y expresar en una prosa lírica todas las desoladoras sugerencias que ese pregón eleva hasta las buhardillas, atravesando las nieblas más altas de la calle?
Pero, a decir verdad, me temo que mi envidia no me ha dado suerte. En cuanto empecé mi trabajo me di cuenta, no sólo de que me quedaba muy lejos de mi misterioso y brillante modelo, sino de que estaba haciendo algo ( si es que le puede llamar algo) singularmente distinto; accidente éste que serviría sin duda de orgullo a otro que no fuera yo, pero que sólo puede resultar profundamente humillante a un espíritu que considera que el mayor honor de un poeta consiste en realizar justamente lo que había proyectado.
Suyo afectísimo
C.B.
-Charles Baudelaire-