Día 48._
El escritor, como el árbol, crece de su propia semilla pero debe alimentarse y asentarse en la tierra y recibir los alientos vitales de la atmósfera que lo circunda. No puede desarrollarse, pues, en sí mismo, aislado y fuera de su tiempo; se debe, tanto como a sí mismo, a cuanto le rodea; su circunstancia lo modifica y condiciona y él, a su vez, modifica y condiciona su realidad en torno.
Siguiendo este símil, la atmósfera, aire y lluvia recibidos del exterior, equivale par el escritor a los estímulos y a las lecciones de la cultura universal que él acierte a captar y a toda la vida misma que haya convertido en su experiencia; la tierra que lo nutre y lo asienta es la tradición cultura y vital de su pueblo, de la cual él forma parte y es un elemento activo, la que le ha impuesto sus rasgos distintivos, sus posibilidades y sus limitaciones y a la cual su obra personal ha de agregarse, nueva tierra y nuevo sustento para su posteridad, enriqueciendo aquel sedimento o añadiéndole sólo una materia inerte.
El escritor que aspira a una formación orgánica requiere, pues, tanto como el impulso de sus propios dones y la conquista de experiencias vitales y culturales, la conciencia plena de la tradición de que él forma parte.
José Luis Martínez (Problemas literarios, Lecturas mexicanas)