Fotografía extraída de la red
Serían las nueve de la noche cuando levanta el telefóno y una voz le devuelve la llamada. Por breves segundos la respiración al otro lado de la línea se escucha pausada sin ninguna alteración. Después de colgar se dirige a la nevera y destapa una cerveza que consume en 15 segundos. Se deja caer sobre el sillón, frente a la puerta con la mirada fija en el cerrojo. Permanece en la misma posición, sin despegar los ojos de la puerta desgastada con claros indicios de haber recibidos fuertes golpes que la han marcado por toda la geografía de su cuerpo rígido y vetusto. En el centro, por el observador de cristal, se filtra un leve luz que viene del pasillo y hace bailar al unísono el polvo que se levanta por el departamento. Sus dedos bambolean una canción sobre el descanso del sillón, mientras observa las sombras escurridizas por debajo de la puerta. Por un momento sus dedos quedan estáticos a tiempo que una penumbra se detiene por el resquicio de la pared. Pasa de largo y el movimiento del dedo índice continúa deambulando sobre la rasgadura del sillón. Los insectos transitan sus oídos, de re-ojo observa el golpetear de las alas y la punta del espolón que en atrevimiento roza su pálida mejilla para luego terminar en la palma de su mano chapoteando entre sangre y extremidades totalmente destruidas. Algo mueve el cerrojo mientras intenta limpiar la mano en la franela de su pantalón. Los labios le tiemblan y sus ojos tristes muestran un semblante de melancolía cuando se desvían hacia el auricular que se balancea en su cable receptor. No puede evitar una sonrisa cuando el cerrojo se rompe frente a sus ojos y la puerta cruje y se lastima. Dos fuerte golpes sobre la madera provocan terribles carcajadas que se confunden con sus lágrimas y su cuerpo convulsionado sobre el piso. Del otro lado de la puerta alguien, con voz solicita pregunta: _¿Alguien en casa? ¡La pizza llegó! Por respuesta un espeso silencio.
_Psss pss, Señor. Hace mucho que ese departamento está desocupado.
_¿Es el número 52? Alguién pidió una pizza.
La muerte también tiene humor.
Marina Centeno
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