domingo, 16 de mayo de 2010

terapia intensiva


Día 36.-
Como los poetas no suelen recibir de sus lectores más que vagos e inmensos elogios, o inmensos y atronadores silencios, que es lo mismo, y como esto se presta para el nacisismo, a pesar de que sueñan con la comunión, y hasta con la poesía como obra de todos, nos hacen falta laboratorios de lectura: saber qué está pasando con el lector cuando recorre las palabras de un poema.
Muchas cosas publicables deberían ser leídas antes por otros, a sabiendas de que no queremos su elogio, ni siquiera su juicio, sino la descripción de sus reacciones en el curso de la lectura. Esto requiere un clima de confianza muy particular, inteligencia y lucidez del lector piloto, talento descriptivo. Es ya lectura de laboratorio, pero demasiado humana. Pudiera superarse con encefalogramas, cardiogramas, nivel de ciertas sustancias en la sangre, que muestren el efecto de un poema.
Lo cual empieza a parecer más monstruoso que el narcisismo y a replantear ciertos problemas sádicos, como la última inaccesibilidad del otro. En este caso, más valdría volver a los métodos primitivos y poco científicos del maestro Sade: conseguirse una muchacha y, por palpación directa, observa el efecto que le haga el poema. Pero, como se sabe después de Heinsenberg, el método tiene la limitación de que no permite determinar cuáles efectos palpables se deben al poema y cuales a la palpación.
Gabriel Zaid.