Día 46._
Sucede a veces al entrar al cine: las manchas blancas y negras de la pantalla desorientan. No sabemos mirar lo que estamos viendo, al menos por un instante.
Sucede a veces tambien al despertar en lugares inesperados. Uno está queriendo mirar lo habitual, y a pesar de estar viendo con los ojos abiertos, no "ve". La realidad se desvanece en manchas "no figurativas", en bultos insólitos, en espacios desconcertantes. ¿Qué lugares son éstos, de la realidad, de la sensibilidad, de su encuentro o de esas
zonas íntimas del ojo
(donde) no ocurre nada, no, sólo esta luz
como dice el epígrafe de Muerte sin fin con que se abre el libro Sólo esta luz de Isabel Fraire, Ediciones Era.
Hay algo ahí, precisamente. Algo que se desvanece en el instante en que se configura. Que tiene que ver con la llamada psicología de la Gestalt, con nuestra espontánea y educable capacidad de integrar totalidades con sentido; con la realidad de ese sentido y sinsentido de las impresiones que nos asaltan, sin forma aún, hasta que se nos vuelven habitables. Que recuerda los juegos de la óptica recreativa: el calidoscopio o las fotos tomadas muy de cerca para jugar a las adivinanzas de reconocer qué es. Pero también los "juegos" angustiosos, que ponen en juego el sentido mismo del mundo, en ese instante en que se desfigura o configura.
La poesía de Isabel Fraire se da, toma su fuerza y se refiera a esa zona o instante en que las sensaciones se vuelven sentido y el sentido se disuelve en sensaciones.
(Gabriel Zaid, Ensayos sobre Poesía)