Día 18.-
La totalización del poema exige asumir la libertad del intérprete previsto o "programado" en el poema: no necesariamente la primera persona que dice "yo" en los versos, sino el papel del autor que está leyendo con los ojos del lector. El lector se "pone en el caso" como una máquina analógica, pero la "máquina" deja de serlo porque su recreación es intransferible. Hay muchas actuaciones como lectores. La recreación no es una "respuesta condicionada", sino una expresión virtual de sí mismo, asumida con la distancia y libertad con que el autor mismo asume su obra. La persona que hizo el programa (el autor como escritor, no como personaje implícito o explícito) es la primera que lo prueba, lo ajusta, lo verifica, no de acuerdo con ciertas normas para escribir, sino existencialmente, leyendo. Es el primer lector de su obra, el lector protagonista que luego deja este papel, pero es únicamente suya y hasta cierto punto incomunicable: la "función totalizadora de la máquina humana" nos hace únicos y concretos, y por lo mismo semejantes, tanto en el sentido abstracto de tener la misma forma, como en el sentido concreto de ser, hoy, aquí, tu y yo, comunicantes. Lo que yo leo nunca es lo que tú lees. Aunque lleguemos a compartir por completo una lectura, el centro de tu lectura está en ti, como el de la mía está en mí. Hasta en la situación nupcial de la mutua entrega, cuando no estamos leyendo algo, sino leyéndonos uno al otro, yo soy tú de mí, como tú eres yo de ti: somos los actores, los autores, los espectadores, el escenario natural de ser alcanzándose a sí mismo como otro, pero no somos el mismo.
La totalización del poema exige asumir la libertad del intérprete previsto o "programado" en el poema: no necesariamente la primera persona que dice "yo" en los versos, sino el papel del autor que está leyendo con los ojos del lector. El lector se "pone en el caso" como una máquina analógica, pero la "máquina" deja de serlo porque su recreación es intransferible. Hay muchas actuaciones como lectores. La recreación no es una "respuesta condicionada", sino una expresión virtual de sí mismo, asumida con la distancia y libertad con que el autor mismo asume su obra. La persona que hizo el programa (el autor como escritor, no como personaje implícito o explícito) es la primera que lo prueba, lo ajusta, lo verifica, no de acuerdo con ciertas normas para escribir, sino existencialmente, leyendo. Es el primer lector de su obra, el lector protagonista que luego deja este papel, pero es únicamente suya y hasta cierto punto incomunicable: la "función totalizadora de la máquina humana" nos hace únicos y concretos, y por lo mismo semejantes, tanto en el sentido abstracto de tener la misma forma, como en el sentido concreto de ser, hoy, aquí, tu y yo, comunicantes. Lo que yo leo nunca es lo que tú lees. Aunque lleguemos a compartir por completo una lectura, el centro de tu lectura está en ti, como el de la mía está en mí. Hasta en la situación nupcial de la mutua entrega, cuando no estamos leyendo algo, sino leyéndonos uno al otro, yo soy tú de mí, como tú eres yo de ti: somos los actores, los autores, los espectadores, el escenario natural de ser alcanzándose a sí mismo como otro, pero no somos el mismo.